viernes, octubre 13, 2006

La piel dura

Bruno Marcos
A todo se adapta el ser humano, incluso al destierro y la mazmorra. Las instituciones, los patronos, se aprovechan del instinto de huida y de que le cogemos cariño hasta a las rejas.
Cruzando la terrible llanura castellana a uno se le vuelve la piel dura. Siempre que paso junto a la ciudad del campeador una neblina legendaria me impide vislumbrar los picachos de la catedral. ¡Qué distinto aquel viaje veraniego! Lo que más me agradó de aquella conferencia fue que logré arrancar al menos 4 carcajadas unánimes al exiguo aforo. Era todo tan dulce, todos pensábamos igual y nos citábamos los unos a los otros.
Yo me quedé un poco trastabillado al tener que inaugurar las charlas y echar cuentas de que el público estaba compuesto por los otros conferenciantes, los organizadores y algún otro conocido. Enseguida entendí que se trataba de eso, de charlar entre nosotros. Dijo Luther que lo que más le sorprendió fue que me mostrase con tanta ingenuidad y que, en un momento dado, me volviese hacia el público y les pidiera respuestas.
A medias de la ponencia siguiente y como un regalo para el blog aparecieron dos personajes enmascarados. Uno, desnudo por la espalda y con un delantal de carnicero cargó moscas muertas en una escopeta de aire comprimido al tiempo que otro sujetaba una minúscula diana para acabar disparando los cadáveres de los insectos haciendo alarde de puntería considerable.
Al irse estos los organizadores aseguraron no tener aquello previsto añadiendo que debía tratarse de no sé quién, como si saber de quién se trataba explicase el porqué de tan espontánea y extemporánea actuación.
A las tantísimas partimos surcando la misma noche que surco ahora cerrándonos la luna el horizonte. Después de sobredimensionar el arte durante más de 12 horas, en medio de la negritud de la piel dura castellana, luther y yo hablamos de la luna.